Columna de opinión: Mg. Karina Albornoz Cancino, Directora Departamento de Kinesiología UDA

El tabaquismo es considerado una enfermedad crónica y mental, debido al alto poder adictivo de uno de sus principales componentes, la nicotina: un compuesto orgánico que puede causar repercusiones físicas, psicológicas y sociales, es por aquello que para un fumador dejar el hábito es un proceso muy difícil, incluso fracasando reiteradamente, pese a saber los daños y consecuencias.

Chile tiene una historia de alta prevalencia de consumo de tabaco en toda condición social, tanto en escolares, adolescentes y adultos. Ello produce una elevada carga de enfermedad y mortalidad y crecientes e importantes costos económicos.

El cigarrillo es responsable de las enfermedades crónicas no transmisibles, es un alto factor de riesgo para padecer diabetes, hipertensión arterial y que, junto al sedentarismo y los malos hábitos alimenticios, es una bomba de tiempo para tener en el corto plazo un infarto agudo al miocardio o un accidente cerebrovascular. Además, provoca vasoconstricción, dificultado la recuperación de heridas, provoca disfunción eréctil, envejecimiento prematuro, deteriora la calidad de nuestra piel, uñas y cabello. Además, genera discapacidad, dada por la sensación de falta de aire a mínimos esfuerzos, y es responsable de reiteradas hospitalizaciones dejando secuelas graves y oxígeno dependencia; todo depende de la susceptibilidad de cada individuo.

Hay fumadores que toman como opción los cigarrillos electrónicos, también conocidos como “vapers”, estos comenzaron a ser comercializados con el fin de disminuir o eliminar el hábito tabáquico, pero no, ya que puede producir efectos adversos como la dependencia, usuarios duales o animar a más jóvenes y exfumadores a su uso, sus efectos nocivos son muy similares a los efectos provocados por los cigarros tradicionales. Por lo tanto, acudir a ellos no es la opción más saludable.

Para disminuir el consumo de tabaco, lo primero es la prevención precoz, en Chile el hábito de fumar tabaco comienza alrededor de los 13 años por lo tanto las estrategias de prevención deben comenzar en la niñez, a nivel educativo junto a sus familias, si el niño observa a sus padres como fumadores no dudarán en imitar el hábito.

Los clínicos, tenemos el rol de educar y el tríptico o un solo taller no es suficiente, debemos alfabetizar en salud, que el paciente acceda a la información, comprenda, juzgue y asegurarnos que aplique, es un proceso largo, trabajemos en familia, con alguien importante, planteemos metas, fomentemos la actividad física para bajar la ansiedad y la irritabilidad que provoca la abstinencia, analizar también la salud mental y apoyarse de un equipo multidisciplinario que colabore en la rehabilitación.